Es oficial; Hobbes se ha puesto de moda entre los jóvenes polítologos. No es que sorprenda ya que es un filósofo potente y atractivo, quizá más crudo que el viejo Nicola Macchiavello quien nunca abandonó totalmente su saudades por la república perdida. Y, por cierto, es muy oportuno para quienes gustan de justificar un accionar que sólo explique la búsqueda y concentración del poder.
Lo que me viene extrañando es esta cosa que de llamarlo «filosófo político liberal», ya que en esto me parece que se están pasando con el revisionismo. En cualquier momento Richellieu va a ser «el inventor de la economía de mercado» y Bismarck «un defensor de los derechos del hombre». Y así ya casi explicamos cualquier cosa…
Hobbes como Bodino antes y Bousset después son conservadores cuyo pensamiento se orienta a justificar un estado absoluto. Es cierto que de los tres, Hobbes es el más científico y de mejor lógica, pero su pensamiento se encuentra tan lejos del pensamiento liberal como el de Stalin o el de Mussollini.
Toda la arquitectura argumentativa de Hobbes se origina en un miedo viseral a la guerra civil y a la anarquía. Frente a esta alternativa, muy real en su vida ya que pasó exilado en Francia los 11 años de lucha entre el parlamento y los Estuardo, justificó de manera notable el rol del estado:
«…el arte del hombre… puede fabricar un animal artificial… Más aún: el arte puede imitar al hombre, esa obra maestra racional de la naturaleza. Pues obra del arte es, ciertamente ese gran Leviathan que se llama cosa pública o Estado (Commonwealth), en latín Civitas, y que no es otra cosa que un hombre artificial, aunque de una talla mucho más elevada y de una fuerza mucho mayor que las del hombre natural, para cuya protección y defensa ha sido imaginado. En él la soberanía es un alma artificial, puesto que da la vida y el movimiento al cuerpo entero… La recompensa y el castigo… son sus nervios. La opulencia y las riquezas de todos los particulares son su fuerza. Solus Populi, la salud del pueblo, es su función… la equidad y la leyes son para él una razón y una voluntad artificiales. La concordia es su salud; la sedición, su enfermedad, y la guerra civil, su muerte. los pactos y los contratos que, en el origen, presidieron a la constitución, a la agrupación y a la unión de las partes de este cuepo político se parecen a este fiat o hagamos al hombre que pronunció Dios en la creación».
Hobbes tiene una famosa frase en la que explica su tempramento tímido y prudente a partir de su nacimiento en el mismo momento en que la armada invensible de Felipe II sitiaba a Inglaterra: «El miedo y yo somos hemanos gemelos». Para poder soportar su profundo miedo al desorden y la guerra construyó un monumental Golem al cual le asignó todos los poderes y ninguna obligación. Es importante notar que el Leviathan de Hobbes tiene deberes pero no obligaciones.
Sólo dando el poder a uno se puede evitar la competencia por el poder que genera una guerra continua, la lucha de todos contra todos que paraliza la industria, la ciencia, el confort.
Este poder debe ser total pues los pactos «sin la espada (sword) no son más que palabras (words)». Hay que elegir entre una guerra perpetua de todos contra todos (Homo homini lupus) fruto de la ausencia del poder absoluto o la paz que puede darnos un estado con todo el poder.
Existe un sólo mal para el estado hobbiano, la debilidad. Un estado débil es un estado que merece ser reemplazado por otro más fuerte. ¿Es que el amigo Tomás, muy relacionado con los Estuardo, le está haciendo un guiño a Cronwell el regicida, al mejor estilo Macchiavello? Hay quien lo ha supuesto, pero sobretodo hay mucho miedo al gobierno fallido, hay mucha desconfianza a un futuro incierto.
Hay un viejo chiste que dice que un conservador es un sujeto demasiado cobarde para pelear y demasiado gordo para correr. Teme todo el tiempo. Teme al cambio, teme a la anarquía, simplemente teme, quiere proteger lo que tiene.
El conservadorismo es pesimismo y miedo. El liberalismo es la antítesis, es optimista y confiado.
Cuarenta años después del Leviathan, nacía el liberalismo con un libro que lleno de fe en el futuro iba a asestar los primeros golpes al edifico del absolutismo sentando las bases de los límites al poder del Estado y dejando establecido que muchos hombres no tienen miedo al conflicto y la discusión y creen que ella es la clave para el crecimiento de la sociedad tanto moral como económica.
En 1690 se publicaba el «Ensayo sobre el verdadero origen, la extensión y el fin del gobierno civil» de John Locke, empezaba una revolución.