Cuanto más inteligentes; más compleja se presenta la vida y, al menos aparentemente, mayores probabilidades de tener éxito. ¿Es esto cierto?

Cuanta más información tengamos mejores decisiones vamos a tomar. ¿Es verdad?

Imaginemos el gerente de una compañía frente a una inversión multimillonaria, o un presidente que debe decidir si atacar o no a un país vecino o a un enamorado que deba elegir entre darle un beso a una chica o posponerlo. El aumento en la cantidad de información no siempre redundará en una mejor decisión. Puede incluso significarle una pérdida de tiempo precioso, un mensaje de irresolución o la imagen de ser un pacato.

El costo de la recolección de la información puede resultar muy superior a su beneficio.

En algunos casos, incluso más información puede inducir al error. Si el contrincante sabe de nuestro dilema puede filtrar algunos bits más de información falsa o falseada para inducirnos a error. Es un juego de poker.

El componente aleatorio es intrínseco a la existencia de un futuro a construir y da por tierra la hipótesis determinista del demiurgo laplaciano. Por más información que sumemos al modelo siempre habrá un infinito más por sumar. Es más, mucha de la data acumulada se habrá puesto vieja y no nos servirá.

Imaginemos la decisión de un arquero frente al tiro penal, no importa cuánta información recopile ni cuan sofisticado sea su modelo, la decisión final será izquierda o derecha. Y la estrategia más sofisticada no valdrá más que la simple estrategia de tirar una moneda.

Esto explica muchas veces por qué en los puestos de decisión se encuentran sujetos orientados a la acción sin mucha profundidad pero con una gran intuición.
Eso explica también por qué un buen deportista no requiere de un físico o de un matemático que le asesore.

Y, eso explica finalmente, porque los reflexivos y los tímidos no son los preferidos de las mujeres; a los gatos no le gustan los ratones prudentes.


Die Angst des Tormanns beim Elfmeter