Libertad de oratoria. «Es preciso decir la verdad aunque el mundo se quiebre en mil pedazos». Así exclamaba con su gran boca el gran Fichte. ¡Muy bien! ¡Pero antes habría que poseer esta verdad! Pero el pretende que cada cual debería exponer su opinión aun cuando la confusión se adueñase de nosotros. Esto ya me parece al menos discutible.

Federico Nietzsche, Aurora, libro IV, 353

John Lennon wall at Mala Strana

¿Qué es la verdad?¿Importa la verdad?¿Son todas las supuestas verdades meramente opiniones?¿Todas las opiniones valen lo mismo?¿Tiene sentido la búsqueda de la verdad?

El mundo se ha vuelto en algún sentido muy complejo. La explicaciones científicas son inentendibles para el vulgo y eso hace surgir argumentos fáciles de digerir pero faltos de rigurosidad y, en muchos casos, lisa y llanamente falsos.

Lo mismo pasa con la política, la cual por cierto nunca ha sido muy afecta a la verdad. La realidad se ha puesto espesa y requiere de relatos que la licuen y la hagan mas digerible.

Sospecho que política y ciencia han entrado en un estadio de mandarinismo hermético con el objetivo de ocultar las propias contradicciones y su mala conciencia.  Esto, como los asesinos que al ocultar su crimen deben seguir matando, ha desencadenado un boom de religiones que se postulan para derrocar a las viejas, gastadas y faltas de respuestas.

Obviamente, entre la sobre oferta emergente y la oficiales hay un tema de legitimidad a favor de la últimas. Pero la humanidad ya ha visto morir dioses y cambiar sistemas por lo que va a seguir inmutable entre alaridos en un derrotero de ensayos y errores afirmando verdades inmutables que mañana serán supersticiones.

Ser escéptico, obviamente nunca ha sido un trabajo bien remunerado. Son sujetos sin amigos que todo el tiempo andan encontrando defectos en cada cosa. Y para colmo la mayoria de las veces lo disfrutan.

Hoy en día los dueños de cada verdad;  sea esta postmoderna, etimológica o aluvial; se arrancan los ojos entre ellos acusando de mentiroso y mal intencionado al otro.  Sin respeto a la opinión ajena y sin tolerancia la error. Pero se unen con amor fraterno para crucificar al que duda, al que confiesa impenitente que no sacraliza su causa; al que simplemente sonríe sarcásticamente frente al hombre de fe que deposita todo el sentido de la vida en la certeza de un albur.

Lo único que evita que volvamos a los tiempos de la inquisición o del pogrom o de la persecución a los cristianos o de lo que sea que el buen hombre de fe sienta que es injusto (porque todo lo demás está justificado) es el escepticismo.

La creencia limitada, condicional, sujeta a refutación del escéptico es la que salva a todos los fanáticos minoritarios que, sin este faro de tolerancia serían quemados en la hoguera de la fe oficial de cada tiempo.

Lo único que un genuino escéptico no respeta, lo que lo revela, es la sobre actuación de la fe. Es la actitud de caballero templario saqueando Jerusalem o de Robespierre guillotinando afrancesados o de Mussollinis, stalins o Maos reeducando humanidades. En el momento en que una causa requiere de persecuciones para sostenerse prueba su irremediable falsedad. Así de simple.

La verdad puede cumplir mil años pero en el momento en que se divorcia de la justicia pierde legitimidad. En el preciso instante en que no se sostiene en su propia tolerancia, se transforma en mentira. Pierde su valor.

Y aquí llegamos a una conclusión realmente interesante; la verdad no es lo que más importa en el devenir de la humanidad. Lo que importa es la búsqueda difícil y atenta de esa verdad. Por corrosiva que estas sean, importa la tolerancia de las otras opiniones. Y la justicia con que son tratadas todas ellas.

Lo que diferencia a una sociedad exitosa de una fallida no es el numero de verdades que sostenga, sino como lidia con la diversidad y, que tan justa es la conciencia de su gente para tolerar las verdades ajenas.