May your hands always be busy.
May your feet always be swift.
May you have strong foundation
When the wind of changes shift.
Bob Dylan. For ever young.
Mi abuelo al morir dejó la instrucción de publicar un aviso fúnebre en el Corriere della Sera. Este debía decir Murió Carlo Pirovano, milanés y alpino.
La historia no dejaría de ser una linda e intrascendente anécdota familiar sino denotara algo que escasea llamativamente en estos tiempos y que, creo, es interesante debatir. Estoy hablando del saber quién se es. Tan simple como eso, qué somos. En un mundo de noticias envejecidas antes de nacer y de cinco minutos de fama. En un mundo donde Heráclito ha quedado inmóvil y pasmado frente a la correntada de su río el problema del ser toma dimensión moral y estética. Moral porque para estar obligado es necesario reconocerse con algo y estético porque la belleza y el atractivo tienen que ver con la idea de asir una cosa. El movimiento puede ser estético pero para ello debe mantener la idea, el concepto que le da sentido. Sin sentido el movimiento es espasmo.
El ser tiene que ver con los dos grandes motores de la humanidad: El amor y la inteligencia. Ninguno de los dos puede operar sin el preconcepto de que las cosas son algo inteligible o algo deseable. Su contrario, el no ser es sinónimo de incertidumbre. Aún dentro de un continuo espacio-tiempo si existe una trayectoria existe el ser que la recorre.
Entonces el problema es la incertidumbre. El problema es la vida espasmódica. El problema es no reconocerse dentro del ser individual o colectivo sino como un desertor permanente de las lealtades a la conveniencia del momento. Tratemos de no desechar la virtud que esta conducta pueda llegar a tener cediendo a la corrección política que sostiene a su contrario. Para la moral Parménides siempre será el bueno y Heráclito el malo. Pero aquí hay un ser, es la moral y la estética del sobreviviente. Para quien lo único importante es la adaptación al cambio. Para quien no hay nada en el centro de los pliegues de su espíritu.
En este extremo, el individuo ya no tiene una dirección. Es un gota muerta en la marea audaz de la humanidad donde existen gotas que hacen y se agrupan buscando influir. Vectores que se inmolan intentando mover al mundo y que mueren en el fracaso, ya que nunca logran imponer su dirección sino simplemente influir o incluso ser contraproducentes, pero desaparecen conscientes de que tuvieron un rol y un destino. Quien no es sólo dura, nunca fracasa pero tampoco tiene éxito ya que nunca tuvo otro objetivo que durar lo más posible.
Nos encontramos entonces ante un muy angustiante dilema de la voluntad individual. Reconocer un ser fanático en nosotros y avanzar con él en la búsqueda de nuestro destino más allá del riesgo de la inmolación o vivir leyendo el contexto y ser un hombre de su época, o incluso, un hombre del momento.
En el límite, esta elección nos daría un hombre e, siendo e el numero exponencial que denota el cambio continuo.
En el otro extremo encontraríamos al duro fanático irreductible al estilo de Robespierre o Savonarola.
Es interesante al describir estos dos tipos ideales como podemos encontrar ejemplos de fanáticos irreductibles en el pasado remoto e incluso cercano pero el hombre e solo se nos presenta hacia el futuro donde, aparentemente, vamos. No hay ejemplos.
Pareciera que este sendero tiene que ver con la velocidad de cambio a la que nos somete el avance tecnológico y la revolución de las comunicaciones. De hecho, Jared Cohen dedica un capítulo de su libro The new digital age a los cambios en el concepto de identidad en la era digital.
Mi abuelo fue alpino durante la primera guerra mundial y emigró a Argentina a los 21 años. Probablemente estos dos hechos marcaron y definieron su ser a fuego. Fue un industrial exitoso, hizo una fortuna, formó una fam
ilia, tuvo muchos amigos. Pero a la hora de definirse eligió a sus montañas y a su Carraccio que significaron menos de un cuarto de su vida, el primer cuarto. Él fue milanés y alpino. Lo demás fue accesorio.