Mucho se discute en estos días acerca del rol político del actual Papa Francisco. La corriente visita a Cuba no ha hecho sino sumar virulencia al debate de cuáles son sus objetivos y cuál es el motivo por el que se muestra tan activo en lugares complicados y frente a interlocutores que no tienen precisamente la mejor reputación.

Reflexionando sobre estos temas, me vino a la memoria la figura de San Ambrosio de Milán. No es un santo muy conocido pese ser parte del selecto grupo de los doctores de la iglesia (junto a nada menos que a San Agustín de Hipona, Santo Tomas de Aquino y Gregorio Magno entre otros).

San Ambrosio probablemente sea la figura más política que produjo la iglesia católica en sus más de 2100 años de historia y el hecho de que los lombardos -como mi abuelo- le tuvieran tan innegable veneración siempre me ha hecho sonreír sobre mis orígenes.

Ambrosio de Milan

Ambrosio no era un cura como los que vemos hoy en día, era un extraordinario funcionario del imperio romano que en el 374 d.c gobernaba la Liguria y la Emilia. Como tal se dedicó a dirimir las disputas entre arrianos y católicos, que en aquella época ocupaban los debates religiosos.

Hizo tan bien su trabajo que, a la muerte del obispo Auxentius, fue nombrado su sucesor. No estaba ni siquiera bautizado y la elección llevaba todas las marcas de irregularidad posibles. Pero el emperador Valentiano I que lo estimaba mucho, la confirmó. Ambrosio en pocos días recibe el bautismo, la ordenación  y el capello episcopal todo en la misma canasta.

¿A qué viene toda esta historia? Ambrosio era una personalidad que perfectamente hubiera podido terminar como emperador romano pero las circunstancias lo pusieron al frente del poder espiritual en lugar del poder temporal y, como hombre político que era, hizo lo que todo político hace; aprovechó sus herramientas para obtener sus objetivos.

Construyó su poder, primero acabando con los dos competidores espirituales más peligrosos; el paganismo y la herejía arriana. Sobre ambos triunfó en el terreno de las ideas y con las leyes en el terreno temporal.

Teodosio I El Grande

Usó como su principal herramienta al emperador Teodosio, quien de alguna manera, le debía a él su nombramiento pero una vez que el monopolio espiritual se encontraba consolidado, se abocó a la tarea de establecer la superioridad del espíritu sobre el gobierno terrenal.

Entre las idas y venidas de emperadores asesinados y acomodados, Teodosio manda a Milán a Valentiano II quien era menor de edad, educado bajo la fe arriana por su madre Justina. Justina le pide a Ambrosio que al menos una iglesia estuviera bajo esa fe y el obispo responde negativamente. Era un santo pero no iba a dejar que la competencia tuviera un lugar en su ciudad.

Dos episodios más, sellan definitivamente la política de Ambrosio: la quema de una sinagoga en manos de los cristianos y la existencia de estatuas de distintas religiones en el Senado. En el primer episodio, Teodosio ordenó que los católicos pagaran la reconstrucción (¿bastante razonable no?). En el segundo Valentiano II permitió el ingreso al senado por parte del partido pagano de la estatua de la Victoria. Ambos incidentes fueron rechazados por Ambrosio quien decretó -ya sin pudor ni remordimiento- que el poder de la iglesia era superior al del emperador y que no debía el gobierno de la tierra ordenar sobre cuestiones religiosas, su dominio.

Francisco I

Ambos emperadores se sometieron a los mandatos de Ambrosio. Fue el triunfo del poder espiritual sobre el temporal, supremacía que habría de durar 700 años. Dice la leyenda que para celebrarlo fue compuesto un himno, el Te Deum Laudamus.

¿Qué tienen en común esta historia y la actualidad? En primer lugar la total falta de liderazgo mundial en el poder temporal. Sólo Angela Merkel tiene la visión necesaria para proyectar un futuro, pero Europa no se presenta como el territorio más adecuado para modelar lo que vendrá, está vieja y cansada. Lo demás es dinero sin ideas, cosa tan inútil como un ejército sin armas.

En segundo lugar, se encuentra la personalidad de Francisco y su política. Tiene la vocación, el objetivo y las herramientas para ejecutarlas. La restauración espiritual es una posibilidad cierta, dado que los pueblos no pueden vivir en la incertidumbre y su mayor necesidad es encontrarle un sentido a la vida. Francisco viene a proponer un post capitalismo espiritual, donde lo importante no sea la riqueza sino el reparto de la misma. Idea cristiana antigua pero no por eso menos efectiva. Comunismo religioso donde empiece a ser condenado socialmente el lujo y la ostentación. La propia elección del nombre le puso marca a su política: Francisco de Asís.

El mundo se encuentra en la misma encrucijada de religiones y culturas que vivió en el crepúsculo del imperio romano. Francisco está tomando los jirones de las viejas ideologías comunistas y capitalistas para construir una nueva Edad Media. No hay oposición. El comunismo y el capitalismo ven en él una oportunidad de supervivencia. Sólo los viejos y caducos racionalistas pueden oponerse pero esa gente es demasiado obtusa para inventar una opción válida. Tal vez haya que esperar 700 años hasta que un nuevo renacimiento haga girar nuevamente la rueda.