La humanidad como ente colectivo nunca ha sido honesta. Al menos desde que empieza a guardar memoria a través de la escritura. La verdad siempre ha resultado un subproducto derivado, en el mejor de los casos de la utilidad, en el peor de la necesidad. Los códigos desde Hamurabi hasta Napoleón han sido mecanismos de dominación flexibles al poder y eficientes para el adiestramiento de las masas. Nadie está dispuesto a sostener que la fuente de la...