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Nel mezzo del cammin di nostra vita
(En la mitad del camino de nuestra vida)

mi ritrovai per una selva oscura
(Me perdí en una selva oscura)

ché la diritta via era smarrita.
(Por haberme separado del camino recto)

Ahi quanto a dir qual era è cosa dura
(Ah! Qué penoso es contar  lo duro)

esta selva selvaggia e aspra e forte
(Salvaje, espesa y aspera que era esta selva)

che nel pensier rinova la paura!
(que de sólo pensarlo renueva el miedo)

Dante Aligheri, La Divina Comedia

Probablemente Dante no fue el primero en echarle un vistazo al infierno después de pasar por una juventud agitada. San Agustín de Hipona , Siddharta Gautama (Buda), Mahoma  llegan a la madurez atravesando una mocedad aventurera y un poco pecaminosa.

Y es que la juventud no es un período de reflexión, es una época de acción y disfrute donde el cuerpo responde adecuadamente a todas las exigencias de nuestros apetitos. Cuando somos jóvenes, si somos sanos, somos como dioses indestructibles y curiosos. Llenos de energía y hambrientos de verdades absolutas nos lanzamos al mundo buscando imponer nuestra novedad. Somos fuerza, movimiento y dirección apuntando al reconocimiento de los que ya está, construyendo nuestra legitimación.

Y el tiempo pasa, y nuestra fuerza, alimentada de sonido y furia, saciada en derrotas amargas y en victorias inútiles y momentáneas empieza a mostrarse más humana. Ya no es simplemente el placer de blandir espadas (Cualquiera sea su naturaleza). Empezamos a preguntarnos por qué y a disfrutar de la disciplina del resultado con menor esfuerzo, de la técnica elegante, del diálogo.

Empezamos a vernos cerca de la cima de nuestra montaña y como Sísifo, intuimos lo que viene. Nos ponemos sentimentales. El legado, la ternura y la descendencia empiezan a ocupar el lugar que antes ocupaba la dureza y la valentía. El legado desplaza a la gloria y, el saber demasiado construye cataratas sobre nuestra curiosidad.

No es que los apetitos desaparezcan, es que se sacian de manera diferente. No es que no disfrutemos de la vida, es que la dulzura pura empalaga si no se le agrega el sabor amargo que da la inteligencia.

Y está el temita de la carne. Max Frish hace comentar a su Homo Faber:»Todo el cuerpo humano es así; como construcción, no está mal, pero como material, un fracaso: la carne no es un material, sino una maldición.»

Canción de Otoño en Primavera Rubén Darío

Es la «canción de otoño en primavera» de Ruben Dario;

«Juventud divino tesoro
ya te vas para no volver
Cuando quiero llorar no lloro
y a veces lloro sin querer.»