Cuando se analizan las políticas de desarrollo económico que han tenido éxito en el mundo, lo que más sorprende es lo poco efectiva que han resultado las llamadas «políticas activas» llevadas a cabo desde el Estado.
Llamamos «políticas activas» a aquellas que buscan generar algún tipo de aceleración deliberada en alguna variable de la economía, sea ésta la industrialización, la distribución de la tierra o la distribución del ingreso más allá del desenvolvimiento natural de un sistema de mercado.

Obviamente ha habido casos catastróficos de masivo empobrecimiento como «El gran salto adelante» de Mao o algunos «planes quinquenales» de los regímenes soviéticos. Pero en la mayoría de los casos han sido experimentos neutrales y desperdicio de dinero.

Sí existen dos grandes políticas públicas que siempre han rendido sus frutos a las naciones que buscan acelerar desempeño económico; buenas políticas de población y buenas políticas educativas.

Durante el siglo XIX dos países americanos adoptaron sendas políticas públicas tendientes a llenar sus fronteras de trabajadores y a realizar una agresiva acción educativa tendiente a preparar a esa gran masa de población y a asimilarla a su territorio.

Esos dos países duplicaron su población en treinta años y generaron un proceso de crecimiento que los acercó a sus pares más ricos: Estados Unidos de América y Argentina fueron dos países que despertaron la envidia del mundo durante la segunda mitad del siglo XIX.

Pero estas políticas son hoy más vigentes que nunca.

Los países pobres europeos, los tigres asiáticos, China e India explican sus increíbles tasas de crecimiento a partir de diferenciales poblacionales y crecimiento en sus niveles educativos. Todo lo demás es marketing.

El mundo está envejeciendo, las tasas de crecimiento poblacional se encuentran debajo de los niveles de sustitución en los países más ricos, este fenómeno va a significar un cambio importante en todo el comportamiento de la economía mundial.  Por primera vez en la historia de la humanidad va a enfrentar una situación de abundancia de capital y escasez de mano de obra joven.

A su vez, esta situación inédita crea dos problemáticas importantes y originales: el problema de la vejez y la división entre jóvenes educados y jóvenes sin educación.

El primer caso se relaciona con la extensión del periodo productivo de los trabajadores, los sistemas de pensión existentes y su sustentabilidad, la obsolescencia del conocimiento y los gastos en salud.

El segundo caso, tiene que ver con el valor del conocimiento y la innovación en una sociedad donde el capitalista será quien haya acumulado mayor conocimiento y pueda aplicarlo mejor en la sociedad.

Lo más notable de toda esta realidad que nos está explotando en la cara es que ninguno de estos temas se encuentra en la agenda política de nuestro país y de muchos países latinoamericanos.

No son problemas insalvables, es más, la mayoría de ellos se resuelven con más educación y una política migratoria competitiva.

Argentina está en una situación excelente para poder recorrer el siglo veintiuno con una renovada actitud de liderazgo pero da pena ver lo poco preparada que está su clase política.

Recientemente, Juan Carr llamó a la participación a quienes tienen una verdadera vocación solidaria. Esta sería, en sus palabras, la mejor manera de ayudar a la sociedad. Creo que esta convocatoria revela que es lo que le está faltando a nuestro país para despegar. Tenemos trabajadores, tenemos tierra y oportunidades.

Nos falta la generación con la vocación de cambio para aplicar la receta adecuada. La participación política hasta ayer era un derecho, hoy es una obligación.