«Pero los hombres son esclavos de sus palabras. Se lanzan iracundos contra el materialismo, como ellos lo llaman, olvidando que no ha habido progreso material que no haya espiritualizado al mundo, y que ha habido muy pocos, si los hubo, despertares espirituales que no hayan malgastado las facultades del mundo en estériles esperanzas, en aspiraciones infecundas y, en creencias vacías y entorpecedoras»
Oscar Wilde

No creo que haya oficio tan maltratado y con peor imagen que el trabajo de comerciante. Aún el oficio de la prostitución presenta ciertos aspectos atractivos y, en cierta medida, llama a la compasión.
Pienso que la raíz de todo el problema se encuentra en un cierto resabio medieval en cuanto a lo vil del trabajo comercial en contraposición al del guerrero o monje, tareas reservadas a las clases más nobles de la sociedad.
Este hecho, sumado al desprecio medieval para con el manejo del dinero y al trabajo que realizó la intelectualidad del siglo XIX en contra del burgués, ha llevado a que hoy la ocupación de negociar productos y servicios sea vista como una tarea innoble que debe ser dejada a aquellas gentes que, por falta de educación o de alternativa laboral tienen que dedicarse a vender en vez de realizar tareas más edificantes.
El vendedor no estudia su oficio en ninguna universidad. De allí se deduce que un comerciante nunca puede ser sabio. Y, por oposición, un sabio nunca será comerciante.
Un médico no comercia, un profesor no comercia. Son apóstoles que se mueven en una dimensión superior a la del dinero para internarse en el sacerdocio de su vocación.
El comerciante, en el imaginario popular es un sujeto orientado al lucro (esto ya de por sí es unresabio de la moral del medioevo) capaz de calzarle el producto que no necesita a un precio que no puede pagar al primer desprevenido que baje la guardia frente a él.
La imagen que se tiene de quien practica el comercio también es graciosa. El arquetipo es el vendedor de autos usados, sujeto de mal gusto que usa trajes de colores impronunciables, congelado en una sonrisa prefabricada y con la capacidad de seducir con sus palabras al más taimado de sus parroquianos.
Sin embargo, y más allá de estás caricaturas, el comerciante ha sido el factor más importante para el progreso de la humanidad. Ha sido el verdadero motor de este progreso. Su actitud de lucro lo ha llevado a plantearse de manera obsesiva cuales son las necesidades de la gente.
Detrás de cada invento útil, siempre hubo un comerciante buscando divulgarlo y venderlo a la mayor cantidad de gente posible. Pensemos qué sería de la aviación si la hubieran descubierto los monjes del Tíbet (no me imagino un grupo humano menos orientado al intercambio) o de la penicilina, si la hubiéramos arrancado de las garras de los laboratorios para evitar su «mercantilización». La revolución de la información se debe menos a los grandes cerebros que la desarrollan, que al hecho de haber sido uno de los mercados menos regulados y, en consecuencia, más atractivos para la comercialización.
Si podemos confiar en que algún día se descubra una solución al problema del SIDA, esto será más porque el capitalismo destina fondos en su afán de lucro que por la generosidad de los científicos que lo investigan.
Gutenberg era un comeciante que quería vender muchos libros y gracias a él y no a los monjes medievales o a las universidades de la época, se alfabetizó al mundo y se expandió la lectura.
Yo prefiero imaginarme al comerciante con alguna variante épica… como un aventurero (después de todo tanto Colón como Marco Polo eran comerciantes). Creo que estaríamos más cerca de la verdad con esta imagen. Poca gente tiene tanta capacidad de adaptación al cambio, tanta propención a tomar riesgos como el hombre que se dedica a comprar y vender.
Mientras los oficios desaparecen triturados por el progreso, el trabajo de vendedor muta y llega a abarcarlo todo, puesto que en este mundo globalizado ya se ha entendido que para progresar hay que saber vender.
Más allá de la obvia tautología de que todos somos vendedores ya que todos debemos intercambiar productos y servicos para vivir, la verdad es que el verdadero comerciante sabe que para que un proceso de intercambio voluntario se sostenga en el tiempo y progrese se debe trabajar muy duro en mantener al cliente satisfecho.
Este concepto, el de cliente, es el que olvidan quienes rehuyen de ser llamados vendedores. El cliente es todo para el vendedor y es, en este sentido, en el que el vendedor es el más altruista de los hombres. Al vendedor no le interesa vender un producto, le interesa vender todos los productos. Quiere ganar un mercado, por esto cuida al cliente con vocación de siervo.
Quien haya convivido con vendedores sabe del odio a la rutina de estos personajes. El verdadero vendedor es el auténtico bohemio. Auténtico porque realmente huye de lo que permanece (es casi un requisito porque el vendedor necesita del progreso para vender nuevos productos como el médico necesita de la enfermedad para curar).
Además sabe que hace su trabajo por dinero y no se
engaña detrás de disfraces altruistas.
Cuenta con una filosofía de servicio real que ha hecho más por los hombres que todas sus actitudes desinteresadas y sus gestos grandiosos.
El vendedor da al mundo un sentido mercantil. Ésta es la llave para abandonar el reino de la pobreza material y avanzar dignamente por el camino del progreso.-