En los últimos días se ha escrito tanto sobre la cumbre del grupo de los 20 y sobre la supuesta «guerra de monedas» que me parece que amerita un intento de bajar todo esto al sentido común y hacer un pequeño aporte a la confusión general.

Los países tienen una sola manera de aumentar sus ingresos, producir más. Pero esta producción tiene que cumplir con una pequeña regla de hierro, su costo tiene que ser inferior a su ingreso. Si esto no se cumple, no se crece, se decrece.

Esto es lo que comunmente se conoce como competitividad. Un país puede ser competitivo si puede vender caro o si puede producir barato. En general los países ricos pertenecen al grupo de los que venden caro productos sofisticados y los países pobres son los que venden barato productos menos complejos.

Los países pobres se dedican a esto porque como son pobres, el trabajo ofrecido por su población es barato y, en consecuencia sus costos son bajos.

A medida que un país crece sus ingresos empiezan a aumentar y va perdiendo esta competitividad de país pobre; debiendo entonces, mejorar sus productos para poder competir como un país rico. Obviamente, esto es mucho más difícil, y algunos países fracasan, empobreciéndose nuevamente y reiniciando el procesos desde la nueva pobreza. El éxito es algo que nunca se compra con garantía.

El fracaso siempre es algo traumático ya que nos enfrenta con nuestras limitaciones y nos obliga a aceptar la realidad por lo que sus consecuencias no siempre son la mejora sino que, a veces, son la negación, la caída en el populismo y la pérdida de libertades.

Los primeros dos ejemplos de este proceso son Japón y Alemania. Ambos devastados después de la guerra le dieron un ejemplo al mundo de como ponerse de pie con esfuerzo y sacrificio. Ambos empezaron vendiendo productos muy baratos y fueron sustituyendo su producción por productos más sofisticados y con una mayor tecnología.

Pero mientras Alemania aceptó el desafío de competir en un mundo global, Japón optó por cerrarse y controlar su mercado. La consecuencia fue una gran crisis de competitividad en Japón y un estancamiento que ya lleva 20 años.

China comenzó este camino hace más de 30 años. Con la muerte de Mao Zedung y la entronización de Deng Xiaoping, se fue abriendo al mundo progresivamente y aprendiendo las reglas del juego del mercado global. Comerciantes por definición, los chinos conjugaron la agresividad natural del régimen comunista con las habilidades milenarias de los comerciante chinos. El resultado fue un extraordinario crecimiento económico y una producción de bienes sin precedentes en la historia.

El crecimiento chino fue levantando temores e inquietudes a medida que iba demostrando su robustez, sobre todo al club de países más ricos que preveía un nuevo jugador global. Ya en la primera parte de los 90 se empezó a hablar de la «nueva economía»: un sistema de reglas que no iba a estar restringido por la escasez, una «economía de la abundancia«.

China sostuvo su crecimiento basado en una fuerte corriente exportadora que cada vez que parecía que perdía fuerza era estimulada por una inyección de yuanes que, al licuar sus costos, le devolvía su dinámica competitiva.

El mejor de los mundos. Un gigante totalitario mantenía a su pueblo en la pobreza para inundar de productos baratos al mundo. Los chinos -los miembros del partido, obvio- felices porque sostenían su crecimiento; el mundo feliz porque había a una situación de crecimiento sin ciclos recesivos.

Bueno, había algunos millones de chinos que eran sometidos a la pobreza casi extrema y el primer mundo se estaba endeudando de manera insostenible pero fuera de esos pequeños detalles todo marchaba según los deseos de los líderes mundiales, es decir, sin sobresaltos.

Hoy China enfrenta el desafío de tener que cambiar su modelo. Los países ricos no quieren endeudarse más y le exigen que revalúe su moneda. Si esto no sucede, USA está amenazando con una inyección muy importante de dólares para recuperar su competitividad.

Para los que esperan que una «guerra de monedas» determine el principio del fin del imperio norteamericano les recomiendo que tengan en cuenta algunas consideraciones políticas, económicas y sociales:

1) USA todavía detenta el derecho de señoriaje. Esto quiere decir que es la moneda internacional de reserva y, en consecuencia, tiene un margen de maniobra que no tiene China.

2) USA sigue siendo un quinto del consumo mundial. Cualquier tipo de restricción al comercio internacional daña a todo el mundo, pero el mayor daño lo van a sufrir los países emergentes.

3) La instituciones estadounidenses y su credibilidad mundial siguen estando por encima de las de China. Un esquema de abroquelamiento detrás de un líder, probablemente deje sola a China.

4) China sigue siendo una dictadura que se sostiene tras el crecimiento económico. Una guerra de monedas que reduzca el poder adquisitivo de los chinos más allá de lo tolerable puede tener para el gobierno consecuencias impredecibles.

Sigo pensando que la salida más probable es un aumento administrado de la inflación mundial con una progresiva mejora del PBI per cápita chino y un avance en su producción hacia productos y servicios de mayor valor agregado; pero para saberlo, habrá que sentarse y esperar.