La primera consideración importante es por qué dividir a la filosofía griega en pre y post socrática.
«El que quisiera significar algo desfavorable contra aquellos viejos maestros podría llamarlos unilaterales, y a sus epígonos, con Platón a la cabeza, plurilaterales. Pero sería más certero e imparcial llamar a los últimos mestizos y considerar a los primeros como tipos puros».
Ellos ya se plantean como principal problema filosófico el origen de universo. Pero lo encaran desde la naturaleza, desde la «Fisis».
Aún un empirista como Heráclito que niega el ser o un lógico como Parménides que niega la realidad no consideraban al hombre como algo distinto del resto de la naturaleza.
Incluso en la arquitectura más compleja de Anaxágoras, el «Nous» (Pensamiento) es una partícula que existe antes del hombre y cuyo atributo principal es el libre albedrío, como su capacidad creadora y ordenadora.
«En todo caso, el «Nous» era también una substancia en sí, y fue caracterizada por él (Anaxágoras) como una materia más fina, dotada de la cualidad específica de pensar. Dado éste su caracter, efectivamente, la acción de esta materia sobre la otra materia debía ser de la misma naturaleza que el que ejerce una substancia sobre otra, esto es, una acción mecánica que mueve por la presión y el choque».
Para Nietzsche, la explicación original de los presocráticos no tienen una raiz religiosa, metafisica o finalista. No es antropomórfica.
«Toda esta gran concepción es de una audacía y sencillez admirables, y no tiene nada de aquella torpeza y de aquella teleología antropomorfista que habitualmente se atribuye a Anaxágoras. Su grandeza y su arrogancia consisten precisamente en que del movimiento circular deriva todo el cosmos del devenir, mientras que Parménides concebía al verdadero ser como una bola en reposo, muerta. Una vez puesto en movimiento aquel circulo por el «Nous», todo el orden, regularidad y belleza del mundo es la consecuencia natural de aquel primer choque. Injustamente se trata a Anaxágoras al reprocharle el haberse separado en esta concepción de la teleología y al mirar su «Nous» despectivamente como un «deus ex machina». Por el contrario, bien pudiera Anaxágoras haber empleado, justamente por haber prescindido de todo concepto mitológico y teístico y de todo finalismo antropomórfico, las mismas palabras que Kant en su historia natural del cielo. No se puede negar que es un pensamiento sublime explicar toda la magnificencia del cosmos y la asombrosa combinación de las vías estelares por un mero movimiento mecánico y, por decirlos así, por una figura matemática en movimiento, es decir, no por el arbitrio y la mano de un dios máquina, sino por una especie de vibración que, una vez que ha comenzado un curso necesario y preciso, obtiene efectos que, sin serlo, se parecen mucho a los sutiles cálculos del ingenio y las más refinadas previsiones del finalismo. «He disfrutado del placer -dice Kant- de ver engendrado un todo en el que reina perfecto orden y que se parece tanto a nuestro sistema del universo, que no puedo menos que considerarlo como el mismo, sin ayuda de concepciones arbitrarias y por el sólo efecto de las leyes del movimiento. Me parece que bien podría decirse, en cierto sentido, sin temor a equivocarse: «¡Dadme materia , y os construiré un mundo!».