No me dueles, mujer, como no duele
la soledad que se nos hace eterna
y sin embargo pasa.

No me duele tu distancia o tu ternura
que te hace inalcanzable ante mis ojos.

No duele tu piedad.

Disfruto de esa vocación de niño
que te empeñas prolija en fabricarme,
gozo mis privilegios.

Por ejemplo: el derecho al no deseo
al merecido olvido de la carne
al week-end de la histeria.

Por ejemplo: la levedad del verso,
un hueco de vacío que se agranda
serruchándome el piso.

Verbigracia final: Dios no me afecta
he vuelto a ser una dulce mascota
que se llena la boca de caprichos
para dar a cambio una sonrisa
mezquina, calculada
y llena de inocencia.